
En julio de 1985 tuve ocasión de conocer personalmente a don Manuel Fraga Iribarne, ya por entonces figura representativa del pensamiento democrático conservador y político del que se ponderaban sus servicios al país y su aportación al texto constitucional. A las generaciones nacidas de mil novecientos setenta y ocho para acá puede resultarles difícil entender que figuras del régimen anterior pudiesen tener protagonismo en la España de la apertura, pero muchos trabajaron para propiciar el consenso y el entendimiento que superara la rancia idea de "las dos Españas" y diera carpetazo final a las secuelas de la Guerra Civil.

A expensas de biógrafos e historiadores, la caza y la pesca fueron las actividades deportivas a las que don Manuel más afición profesó además, claro está, de los baños en agua salada para "contrarrestar" la contaminación atómica y amparar al subsector de la gamba y el salmonete, en playas prudentemente alejadas de cualquier pepino. Singular y con una austeridad poco practicada entre las clases políticas actuales, se le recuerdan anécdotas como aquella en que, una vez llegado a Madrid para tomar posesión como Ministro de Información y Turismo, los funcionarios, que ya le conocían de alguna etapa anterior y sabían de su numerosa prole, para su residencia y la de la familia, le ofrecieron un piso en el centro con numerosas habitaciones y dormitorios, capaz de colmar todas sus aspiraciones. Sorprendente y taxativamente les hizo saber que no era suficiente. "Pero, don Manuel, si hay sitio de sobra y está muy bien situado y comunicado", a lo que contestó: "Es que necesito también el de enfrente para colocar mi biblioteca".
El recuerdo de alguna foto en aquel mes de julio al costado de uno de los padres de nuestra Constitución, refuerza la idea que algunas vivencias pueden ser premonitorias y forman parte incipiente del futuro por descubrir. Tu madre, es bien cierto, llevaba un traje de flores, en tonos claritos y con formas poco ajustadas, porque también esperaba con impaciencia poder besarte. Nuestra ilusión parecía reflejarse en los rostros que una cámara amiga permite ahora rememorar. El propio don Manuel, con una sonrisa de admiración y reconocimiento, expresaba sus mejores deseos para unos padres primerizos, que se sentían y sienten orgullosos.

Ochenta y nueve años de vida y cincuenta y tantos dedicados, casi exclusivamente, al servicio público, pueden ser ejemplo de una asombrosa perseverancia en el trabajo. Quizá por eso; quizá por su contribución a que hoy puedas leer y escribir libremente, permíteme que obvie, aunque no olvide, las responsabilidades que don Manuel tuvo en el atropello de los Derechos Humanos. También aquí convendrá el análisis y la documentación de biógrafos e historiadores.
Tal vez alguna dirección de periódico que se edita en Madrid, no quiera rememorar la contribución de don Manuel a su nacimiento, pero a las personas que son capaces de inscribir el nombre en la historia por méritos, procede reconocer y ponderarles todo aquello que legan para que las sociedades evolucionen y Futbolia tenga un digno espacio donde tú eres periodista y yo, tengo la oportunidad de escribir como modesto aficionado.